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miércoles, 14 de agosto de 2013

Cada hora de televisión acorta tu vida 22 minutos

Son muchos los estudios que indican los efectos nocivos de pasar muchas horas delante del televisor. Uno de los últimos estudios, llevado a cabo por investigadores australianos, afirma que cada hora frente al televisor reduce 22 minutos la esperanza de vida en personas mayores de 25 años.
ver la television
Se trata de una afirmación impactante, sin embargo, hay que tener en cuenta que, si bien no está demostrada que exista una relación directa entre el consumo de televisión y la esperanza de vida, podemos analizar las siguientes implicaciones:
1) Sedentarismo: pasar muchas horas delante del televisor conlleva a crear el hábito sedentario. Nuestro cuerpo se habitúa con facilidad a la poca actividad física, lo que puede fomentar enfermedades como la obesidad.
2) Reducción de la actividad mental: al igual que la baja actividad muscular que se crea en nuestro cuerpo debido a la poca actividad física, las neuronas pierden agilidad debido al poco esfuerzo mental al que se somete el cerebro frente al televisor. Aunque, siendo justos, esto dependerá también de muchas otras variables, como las horas de consumo o el tipo de programas que se ven.
3) Influencia conductual y social: el televisor es una poderosa herramienta de influencia social y creación de estereotipos y modelos de vida. Cuanto más tiempo y según qué tipos de programas se consuman, más influyente será en nuestras conductas. Es por ello que se recomienda y se hace hincapié en vigilar el consumo televisivo sobre todo en los niños. Pero se ha demostrado, con resultados significativos, cómo influyen los anuncios, los actores o las modas televisivas en la vida de los más adultos y en el fomento de conductas como las agresivas, obsesivas o de baja empatía.
Se puede comprobar que pasar tiempo frente al televisor puede llevar a reducir la esperanza de vida o, mejor dicho, la calidad de vida; pero no porque sea malo en sí, sino por el mal uso que se haga de éste y las implicaciones que conlleva. La esperanza de vida depende de muchos factores (tanto genéticos como ambientales) y es difícil demostrar que uno por si solo (horas frente al televisor) influya significativamente.
¿Esto quiere decir que no se debería ver la televisión? No. Lo que quiere decir es que se debe hacer un buen uso de ella. Algunas de las recomendaciones son:
1) Reducir el número de horas: hora y media es suficiente.
2) Compensar con otras actividades: en las que deben introducirse siempre actividad física y actividad mental.
3) Hacer uso exclusivo de entretenimiento o descanso: después de una jornada laboral o de estudio, que permita relajarnos tanto física como mentalmente.
4) Vigilar el consumo televisivo en la infancia: cuidando horarios y tipo de programas. Hoy en día existen programas infantiles educativos e interactivos. Aun así, cada niño es un mundo e interpreta de manera diferente por lo que la compañía de un adulto puede modular la información para que la adquiera de manera correcta.
sonia
Artículo escrito por Sonia Duarte Dos-Reis, más información sobre ellaaquí

lunes, 12 de agosto de 2013

¿Existen los genes de la felicidad?

Sería grato saber que poseemos unos genes que nos dan la felicidad y que por muy mal que nos vaya en la vida seremos felices para siempre. Pero, ¿qué pasaría si somos ese porcentaje que no posee esos genes? ¿Estamos abocados a sufrir?
genes de la felicidad
Unos científicos afirman que las personas felices tienen una versión más larga de un gen, que aquellos otros que no están contentos. Pero eso no significa que los que recibieron el “extremo corto del gen” estén condenados a la miseria. El hecho de que los genes se heredan, no significa que tienen que ser expresados, ni tampoco, que no tengan posibilidad de cambiar. Los científicos simplemente, han observado, que existe un vínculo entre los genes más largos y la felicidad.
Por otra parte, el Dr. Bruce Lipton, doctor en biología celular, es partidario de que el entorno, y no los genes, es el auténtico motor de la vida. Descubrió que el medio ambiente, en realidad, afecta a los genes.
Vídeo: Matthieu Ricard “Sobre los hábitos de la felicidad”
Los investigadores reconocen que, por supuesto, todo nuestro bienestar no puede estar determinado por este gen. Todas las experiencias, a lo largo de nuestras vidas y la valoración que hacemos a partir de ellas, pueden explicar las variaciones de la felicidad individual. Sin embargo, los científicos y cada uno de nosotros nos empeñamos en buscar la “causa” de la felicidad, para poder encontrar rápidamente el remedio a nuestra tristeza y la curación de todos nuestros males.
Sin embargo, si realmente existe el “gen de la felicidad”, podemos así explicar por qué algunas personas tienden a ser naturalmente más felices que otras. Eso sí, cada uno heredamos una tendencia, pero esto no determina nuestras vidas, podemos modificarlo. Precisamente, ahí radica el peligro, si creo que mis genes pueden dictar mi felicidad, así lo permitiré y así será. Mi felicidad, de hecho, sí está determinada por lo que yo creo, eso sí que dictamina mi vida y mi felicidad y si yo creo firmemente que mis genes me condicionan toda mi vida, así será.
Finalmente, como afirma el Dr. Lipton, “los biólogos celulares reconocen que el medio ambiente, el universo externo y nuestra fisiología interna, y lo más importante, nuestra percepción del ambiente, controla directamente la actividad de nuestros genes”. Los genes no son independientes del medio ambiente, ni el medio ambiente debe considerarse aparte de los genes. La causa es el efecto y el efecto es la causa, se interrelacionan. Los genes pueden indicar, pero no dictaminar.
Lo más importante es cuidar nuestro entorno, tanto interno como externo. Así, el ocuparnos en la vida de todo aquello que está bajo nuestro control es lo que provocará la gran diferencia en nuestra experiencia real de disfrutar, o no, y sentir la ansiada FELICIDAD.
Pensemos y creamos entonces, que aunque a veces parezca que hemos heredado el “gen corto”, podemos y somos capaces de alargar nuestro gen hasta conseguir la FELICIDAD.

autor  Virginia C. Pecharromán